Viajar parece ser uno de los deseos más fervientes del ser humano.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre el viaje entendido como indagación, exploración o la búsqueda de una aventura y «hacer turismo», algo que para algunos significa también hacer un «paréntesis de la vida real».
En torno al fenómeno de turismo de masas surgen hoy nuevas y acuciantes preocupaciones: una saturación visible de los centros urbanos, el aumento del precio de la vivienda, la gentrificación y sus consecuencias culturales, la expulsión del centro de la ciudad de numerosos colectivos, problemas medioambientales o la precarización laboral en este sector económico de gran relevancia.
Además, hoy por hoy, desde que pisa un aeropuerto rodeado de sistemas de vigilancia cada vez más sofisticados, el turista es observado como sospechoso: en los destinos poco transitados suscita desconfianza y en los destinos muy concurridos resulta un visitante despreciable.
¿Hay que reformular el turismo y —parafraseando al antropólogo cultural Duccio Canestrini— la solución no es «disparar al turista»?
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